Aquí he llegado para imponerme el conocimiento de la eternidad, para ver rodar mi cabeza tiempo abajo, arena abajo, alucinación abajo, hacia el metálico redoble de los truenos que confunden las montañas en negros ámbitos azules.
Se detuvieron aquí las tribus, se detuvieron aquí los profetas, se detuvieron aquí los santos.
Venían las mujeres y los niños. Vestían pieles de animales de los montes, rudimentarios paños a franjas de colores, todos iluminados en fuegos rituales.
Quisiera dejar un canto para la eternidad, enterrado en una vasija de barro, un canto junto a mis huesos, un salmo para oír a Dios en la música de un arpa, para verlo en un fuego de nubes sobre los pueblos siempre nuevos edificando con la arena del desierto, y para ver el desierto que lleva su silencio del día a la noche como continuación del firmamento.
Quieren olvidar que Dios resplandece a través del arcoíris; que la brisa, en las calles tumultuosas, es un recuerdo de las flautas escondidas en los bosques. Quieren olvidar que en mí los días se mueven en el canto de las aves.
El acto simple de la araña que teje una estrella en la penumbra, el paso elástico del gato hacia la mariposa, la mano que resbala por la espalda tibia del caballo, el olor sideral de la flor del café, el sabor azul de la vainilla,
Mi ser fluye en tu música, bosque dormido en el tiempo, rendido a la nostalgia de los lagos del cielo. ¿cómo olvidar que soy oculta melodía y tu adusta penumbra voz de los misterios? He interrogado los aires que besan la sombra,
Relámpago extasiado entre dos noches, pez que nada entre nubes vespertinas, palpitación del brillo, memoria aprisionada, tembloroso nenúfar sobre la oscura nada, sueño frente a la sombra: eso somos. Por el agua estancada va taciturno el día,
No quiero explicarme por qué mis ojos pueden ver este castillo cubierto de hiedras de verde muy oscuro y solitario bajo los astros de los búhos, ni por qué mis ojos pueden detenerse a ver caer la nieve durante tanto tiempo,
En la yerba tostada por el día, el sueño del caballo nos rodea de flores, como el dibujo de un niño, mientras la fruta cae del espeso follaje plateado, que tiembla y brilla en las cigarras de una luz solitaria.
Aquí he llegado para imponerme el conocimiento de la eternidad, para ver rodar mi cabeza tiempo abajo, arena abajo, alucinación abajo, hacia el metálico redoble de los truenos que confunden las montañas en negros ámbitos azules.