Tigre, tigre, brillo ardiente en las selvas de la noche, ¿qué mano inmortal, qué ojo pudo forjar tu terrible simetría?
¿En qué distantes abismos o cielos ardió el fuego de tus ojos? ¿En qué alas atrevidas te elevaste? ¿Qué atrevida mano apresó el fuego?
¿Y qué hombro y qué arte pudo torcer las fibras de tu corazón? ¿Y cuando tu corazón comenzaba a latir, con qué mano temerosa y con qué pie?
¿Qué martillo, qué cadena, en qué horno fue tu mente? ¿En qué yunque? ¿Qué medrada opresión osa estrechar el terror más implacable?
Cuando arrojaron sus lanzas las estrellas y las aguas del cielo con sus lágrimas, al mirar Su trabajo, ¿Él se sonrió? Él, que hizo al Cordero, ¿te hizo a ti?
Tigre, tigre, brillo ardiente en las selvas de la noche, ¿qué mano inmortal, qué ojo osó forjar tu terrible simetría?
¡Tú, ángel rubio de la noche, ahora, mientras el sol descansa en las montañas, enciende tu brillante tea de amor! ¡Ponte la radiante corona y sonríe a nuestro lecho nocturno! Sonríe a nuestros amores y, mientras corres los
Acudid, gorriones míos, flechas mías. Si una lágrima o una sonrisa al hombre seducen; si una amorosa dilatoria cubre el día soleado; si el golpe de un paso conmueve de raíz al corazón, he aquí el anillo de bodas,
Desciende el sol por el oeste, brilla el lucero vespertino; los pájaros están callados en sus nidos, y yo debo buscar el mío. La luna, como una flor en el alto arco del cielo, con deleite silencioso, se instala y sonríe en la noche.
Cierta vez un sueño tejió una sombra sobre mi cama que un ángel protegía: era una hormiga que se había perdido por la hierba donde yo creía que estaba.
¡Qué dulce es la dulce fortuna del Pastor! Deambula desde el alba hasta el atardecer; debe seguir a su rebaño el día entero, y su lengua se embeberá con alabanzas.