El aturdido, de Concepción Arenal | Poema

    Poema en español
    El aturdido

    De química un profesor, 
    porque a su intento convino, 
    con espíritu de vino 
    la humedece, y sin temor 

    a su mano aplica fuego, 
    que ardía sin propio daño. 
    Y del fenómeno extraño 
    la explicación daba luego. 

    Violo un mozo casquivano 
    que la explicación no oyó, 
    y lo propio ejecutó 
    mojando en agua la mano. 

    Demás está el afirmar 
    que se abrasó el mentecato; 
    vino el padre a poco rato 
    y le oyó así lamentar: 

    «¡Oh! ¡Qué terrible dolor!; 
    ved cómo tengo el pellejo; 
    por seguir vuestro consejo 
    esto me pasa, señor.» 

    «¿Mi consejo por seguir?» 
    -díjole el padre asombrado-, 
    «¿Lo que en clase haya observado 
    no me mandáis repetir? 

    Si es sencillo experimento 
    (¡ay!; ¡la mano se me abrasa!) 
    ¿No me decis 'hazle en casa, 
    hazle otra vez, hazle ciento'?» 

    Pues bien: hoy el profesor 
    con agua un vaso sacó 
    y la mano en él metió 
    mojándola en el licor. 

    Luego va con mucha flema, 
    la pone junto a la llama 
    y la mano se le inflama, 
    y (esto pasma) no se quema; 

    Yo lo mismo practiqué 
    cuando a casa hube llegado, 
    y harto caro me ha costado, 
    viéndolo estáis, me abrasé. 

    ¡Ah, señor! El otro día 
    decíais, «la imitación 
    ayuda la educación...» 
    «Y lo repito, a fe mia, 

    -tornó el padre a replicar-; 
    ni sé yo por qué te quejas; 
    lo que referido dejas 
    ¿es por ventura imitar? 

    El que en ayunas se queda 
    de la causa y la razón 

    y a repetir va una acción, 
    éste no imita, remeda. 
    Y a repetir va una acción, 
    éste no imita, remeda. 

    El que la razón medita 
    y al repetir lo que ve 
    sabe el cómo y para qué, 
    éste no remeda, imita. 

    Y ya que dártela puedo 
    no olvides esta lección: 
    es útil la imitación, 
    es pernicioso el remedo.» 

    Concepción Arenal (El Ferrol, 1820 - Vigo, 1893). Estudió en Madrid Derecho, Sociología, Historia, Filosofía e idiomas, teniendo incluso que acudir a clase disfrazada de hombre. Colaboró con Fernando de Castro en el Ateneo Artístico y Literario de Señoras, precedente de posteriores iniciativas en pro de la educación de la mujer como medio para alcanzar la igualdad de derechos. Dedicó buena parte de un inagotable activismo social e intelectual al estudio crítico de la realidad penal española. Se sirve de la experiencia acumulada en el desempeño de cargos oficiales de visitadora de cárceles de mujeres de A Coruña (1863) e inspectora de casas de corrección de mujeres (1868-1873) y, sobre todo, de su talento, sensibilidad e intuición para la redacción de obras que la sitúan en un puesto de gran relevancia en estudios penales europeos: Cartas a los delincuentes (1865), Estudios penitenciarios (1877). O visitador do preso (1893) es una de las obras de referencia para el estudio de las ideas centrales de su pensamiento penal. Valiente y adelantada a su tiempo, partidaria de un sistema penal moderno que hiciese posible la corrección del preso, las aspiraciones reformistas de Arenal se materializan con la llegada de la Segunda República.