Tras una larga camorra
con mastines y sabuesos,
molidas hasta los huesos
una corza y una zorra,
y a la débil claridad
oue despedía la luna,
de su precaria fortuna
hablaban con gravedad.
«¡Ah! -decía la raposa-,
si yo a la naturaleza
debiera tu ligereza,
fuera mi suerte otra cosa.
Ciertamente no imagino
por qué utilizas tan mal
ese poder especial
dando carreras sin tino.»
«¿Sin tino? ¿Por esos cerros
hacer puedo más que huir
si de cerca oigo latir
a los maldecidos perros?
Pues llevárame pateta
si, en vez de correr ligera,
a pensar me entretuviera...»
«No digo que te estés quieta.»
«Pues entonces ¿qué dirás?»
«Que si salvarte pretendes
cuando la carrera emprendes,
mires bien a dónde vas.
¡Correr, correr, más correr,
y por un instinto ciego,
a veces, al mismo fuego
de que has huido volver,
y sin tino ni medida
tu mucha fuerza emplear
para venir a parar
donde has sido perseguida!
¡Hacer de tu perdición
instrumento lastimoso
ese medio poderoso
que tienes de salvación!
Así, ¡voto a Belcebú!,
murió tu padre y tu abuelo,
y en verdad mucho recelo
que así habrás de morir tú.»
Tome para su conciencia
esta lección cada cual,
que no ha de venirle mal
aunque presuma de ciencia:
cualquier persona de juicio
en todo evento posible,
porque sabe que es temible,
está en guardia contra el vicio.
Pero aquellas de más seso,
las de grandes cualidades
de sus buenas facultades
no temen nunca el exceso.
Resultando, en conclusión,
ser grave causa de mal
lo que de bien manantial
fuera sujeto a razón.
Juzgue a la dicha nocivo
cualquiera que no esté loco,
lo malo, ya mucho o poco,
lo bueno, si es excesivo.