El oso y el reló, de Concepción Arenal | Poema

    Poema en español
    El oso y el reló

    Solía un piamontés 
    dar lecciones a un gran oso, 
    que por torpe o perezoso 
    danzaba mal en dos pies. 

    Aunque fácil la lección, 
    harto poco adelantaba, 
    y el hombre ya se cansaba 
    de tanta repetición. 

    Díjole: «Voy a salir, 
    tú entre tanto bailarás, 
    y si no adelantas más 
    a palos te habré de hundir.» 

    Compasión el oso implora 
    pero el maestro implacable 
    da por plazo improrrogable 
    para aprender una hora. 

    Sujeta bien la cadena, 
    renuévale la promesa, 
    va después junto a una mesa, 
    da vuelta a un reló de arena 

    diciendo: «Aquí está, ¿le ves? 
    No te dejo hueso sano 
    si al caer el postrer grano, 
    lo haces mal; hasta después.» 

    Y apenas hubo salido 
    recapacitando el oso 
    concibió un plan ingenioso 
    y ejecutólo atrevido: 

    «La arena, según reparo, 
    llévase el tiempo al caer; 
    si la logro detener 
    no corre el tiempo, esto es claro. 

    ¡Gran idea!, de este modo 
    ahora descanso un poquito, 
    luego la danza ejercito; 
    así hay tiempo para todo.» 

    Puso el deseo por obra 
    diestro inclinando el reló, 
    y a descansar se acostó 
    sin inquietud ni zozobra. 

    Durmióse, era natural, 
    hasta que, oyendo la puerta, 
    asustado se despierta 
    y tiembla el pobre animal. 

    Viendo a su maestro entrar, 
    mientras la ropa mudaba, 
    puso el reló como estaba 
    y él, como siempre, a bailar. 

    «¡Pues adelantas bastante! 
    -díjole fuera de sí 
    el amo-; ¿qué has hecho, di, 
    mientra falté yo, tunante?» 

    «Pero, señor, no es la hora...» 
    «El reló de posición 
    cambiaste; ¡mira el bribón 
    con lo que nos sale ahora! 

    ¿A tu inteligencia escasa 
    parecióle idea buena 
    decir que cuando la arena 
    no cae, el tiempo no pasa?» 

    Y enarbolando el bastón 
    con increíble presteza, 
    diole, de pies a cabeza, 
    el premio de su invención. 

    De este animal la ignorancia 
    sin quererlo nos recuerda, 
    no más ingeniosa y cuerda, 
    común una extravagancia. 

    Entiéndese vulgarmente 
    por el quitarse los años 
    cuando del tiempo los daños 
    tales restas no consiente. 

    ¿Habrá mayor idiotismo, 
    ni habrá pretensión más rara 
    que, no cambiando la cara, 
    negar la fe de bautismo? 

    No agreguéis a la vejez, 
    viejos de incógnita fecha, 
    un mal de vuestra cosecha 
    cual es la ridiculez. 

    De vuestra fama en perjuicio 
    no diga la razón dura 
    que perdéis en hermosura 
    sin haber ganado en juicio. 

    De ese trabajo penoso 
    dejad la dura faena, 
    y dejad caer la arena 
    o dirán que hacéis el oso. 

    Concepción Arenal (El Ferrol, 1820 - Vigo, 1893). Estudió en Madrid Derecho, Sociología, Historia, Filosofía e idiomas, teniendo incluso que acudir a clase disfrazada de hombre. Colaboró con Fernando de Castro en el Ateneo Artístico y Literario de Señoras, precedente de posteriores iniciativas en pro de la educación de la mujer como medio para alcanzar la igualdad de derechos. Dedicó buena parte de un inagotable activismo social e intelectual al estudio crítico de la realidad penal española. Se sirve de la experiencia acumulada en el desempeño de cargos oficiales de visitadora de cárceles de mujeres de A Coruña (1863) e inspectora de casas de corrección de mujeres (1868-1873) y, sobre todo, de su talento, sensibilidad e intuición para la redacción de obras que la sitúan en un puesto de gran relevancia en estudios penales europeos: Cartas a los delincuentes (1865), Estudios penitenciarios (1877). O visitador do preso (1893) es una de las obras de referencia para el estudio de las ideas centrales de su pensamiento penal. Valiente y adelantada a su tiempo, partidaria de un sistema penal moderno que hiciese posible la corrección del preso, las aspiraciones reformistas de Arenal se materializan con la llegada de la Segunda República.