Yo conocí un mariscal,
vulgo albéitar o herrador,
sempiterno clavador
de todo pobre animal.
Lo parece, mas no es cuento:
tan buena maña se daba
que los caballos clavaba
noventa y nueve de ciento.
Era antiguo en el lugar,
y había en la vecindad
un mozo de habilidad
que acababa de llegar.
Pasaron dos viajeros
cuyas dos cabalgaduras
venían sin herraduras
en los remos delanteros.
Infórmanse de un vecino
que les da cuenta cabal
del antiguo mariscal,
y del que hace poco vino.
«El viejo es malo en verdad,
el otro no se ha estrenado;
varios me han asegurado
que es mozo de habilidad.»
«Con él voy -dijo Perico-,
que siendo el otro tan lerdo
en probar ¿qué diablos pierdo?
¿Tú qué piensas hacer, chico?»
«Lo que es razón he de hacer,
-Andrés replicó atrevido-.
Vale más mal conocido
que bueno por conocer.»
Y diciendo esta sandez
vase al viejo sin demora;
al cabo de media hora
pónense en marcha otra vez.
Vuela de Perico el jaco,
a poco, dícele Andrés;
«Esta cojea, ¿no ves?»
«Sí, por vida del dios Baco.»
Y era tan urgente el caso
que, antes de andar media legua,
clavada la pobre yegua
no podía dar un paso.
«Me alegro, por San Beltrán,
-exclamó Pedro con risa-
vete ahora, si tienes prisa.
Caballero en tu refrán.
Cuando el refrán es prudente
yo como nadie le aprecio,
mas de los que están en necio
me río bonitamente.
Y creo razón tener
cuando siempre he preferido
a lo malo conocido
lo bueno por conocer.»