El espejo y la verdad, de Concepción Arenal | Poema

    Poema en español
    El espejo y la verdad

    En uno de los viajes 
    que tuvo la mala idea 
    de hacer no sé con qué objeto 
    la verdad sobre la tierra, 
    oyó de un espejo amigo 
    sentidas y amargas quejas. 
    «¿De qué me sirve -decía- 
    que, fiel a tus advertencias, 
    repita forma y colores 
    con semejanza perfecta, 
    lo mismo al pobre mendigo 
    y al que nada en la opulencia, 
    al labrador y al herrero 
    como a los reyes y reinas, 
    y diga la verdad pura 
    sin rodeos ni cautelas? 
    Vanse de mí satisfechos 
    aunque increíble parezca, 
    igualmente los hermosos 
    que los de horrible presencia. 
    Digo a un viejo: «Esa peluca 
    se ve desde media legua.» 
    Y él va muy hueco pensando 
    «Nadie que es peluca acierta.» 
    Dígole: «Tienes arrugas», 
    a una remilgada vieja, 
    y ella piensa allá entre sí: 
    «Pues tengo la cara tersa.» 
    Pónese el chato narices, 
    otro va y se las cercena, 
    el gordo se quita carnes, 
    el que es flaco las aumenta, 
    multiplícase el pequeño, 
    el que es muy alto se resta, 
    y, en fin, a ninguno he oido 
    «¡Qué feo soy!» o «¡Qué fea!» 
    Si algún remedio eficaz 
    no buscas de esta epidemia, 
    teme que tu santo imperio 
    del mundo desaparezca.» 
    «No -respondió la Verdad 
    con la faz grave y serena- 
    mi dominación es justa 
    y será por eso eterna. 
    Si tal vez por excepción 
    se sustrae el hombre a ella, 
    esta excepción que te irrita 
    casos hay en que aprovecha. 
    Di: ¿si sordo el amor propio 
    a tus verdades no fuera, 
    cómo se consolarían 
    los horribles y las feas? 
    ¿Qué mal hay si va una joven 
    muy erguida y satisfecha, 
    su fealdad ostentando 
    como si fuera belleza? 
    ¡Es ridícula! ¿Qué importa 
    siempre que dichosa sea? 
    Abunda la vanidad 
    porque el mérito escasea, 
    y en paz vive cada cual 
    ignorando su miseria.» 
    Al ver un ente risible 
    que hueco se pavonea, 
    más vano por sus defectos 
    que otros hay con sus bellezas, 
    los sabios de brocha gorda 
    el absurdo cacarean, 
    y el hombre bueno y prudente 
    bendice a la Providencia. 

    Concepción Arenal (El Ferrol, 1820 - Vigo, 1893). Estudió en Madrid Derecho, Sociología, Historia, Filosofía e idiomas, teniendo incluso que acudir a clase disfrazada de hombre. Colaboró con Fernando de Castro en el Ateneo Artístico y Literario de Señoras, precedente de posteriores iniciativas en pro de la educación de la mujer como medio para alcanzar la igualdad de derechos. Dedicó buena parte de un inagotable activismo social e intelectual al estudio crítico de la realidad penal española. Se sirve de la experiencia acumulada en el desempeño de cargos oficiales de visitadora de cárceles de mujeres de A Coruña (1863) e inspectora de casas de corrección de mujeres (1868-1873) y, sobre todo, de su talento, sensibilidad e intuición para la redacción de obras que la sitúan en un puesto de gran relevancia en estudios penales europeos: Cartas a los delincuentes (1865), Estudios penitenciarios (1877). O visitador do preso (1893) es una de las obras de referencia para el estudio de las ideas centrales de su pensamiento penal. Valiente y adelantada a su tiempo, partidaria de un sistema penal moderno que hiciese posible la corrección del preso, las aspiraciones reformistas de Arenal se materializan con la llegada de la Segunda República.