Dio en ser carnívoro un oso
y tanto daño causó
que en breve se le formó
un proceso ruidoso.
Fijó en breve el tribunal
para ver su causa día;
un lobo le defendía
y era un manso buey fiscal.
Siendo de entrambos notorio
el carácter y el instinto,
hablar en tono distinto
oye absorto el auditorio.
Trata el lobo de piedad,
de compasión, de ternura,
y cuánto es sublime y pura
la dulce fraternidad.
Y cómo debe obtener
clemencia su defendido,
aunque un momento en olvido
haya puesto su deber.
El buey habla de castigo,
de justicia y escarmiento:
fin merecido y sangriento
pide para su enemigo.
Al que osó de aquella suerte
hollar la ley natural
haciendo a su raza mal
es poco darle la muerte.
Había en la concurrencia
oyendo el célebre juicio
un cachorrillo novicio,
sin mundo y sin esperiencia.
Que a defensor y fiscal
oyendo hablar, el muy bobo
creyó que era manso el lobo
y el buey un fiero animal.
«Con tus juicios más cuidado,
-díjole su madre- ten,
que suele serlo también
el que defiende a un malvado.»
Indicio es, y muy fatal,
encontrar del mal excusa;
quien al malvado no acusa
no aborrece mucho el mal.
En vez de esa compasión
del crimen en la presencia,
el bueno por escelencia
ira siente, indignación.
Es del malo el egoísmo
quien le impele a ser clemente
con el crimen, porque siente
que se defiende a sí mismo.
Esa gran facilidad
que absuelve el crimen ajeno,
bondad indica en el bueno,
y en el perverso maldad.