Solía un piamontés
dar lecciones a un gran oso,
que por torpe o perezoso
danzaba mal en dos pies.
Aunque fácil la lección,
harto poco adelantaba,
y el hombre ya se cansaba
de tanta repetición.
Díjole: «Voy a salir,
tú entre tanto bailarás,
y si no adelantas más
a palos te habré de hundir.»
Compasión el oso implora
pero el maestro implacable
da por plazo improrrogable
para aprender una hora.
Sujeta bien la cadena,
renuévale la promesa,
va después junto a una mesa,
da vuelta a un reló de arena
diciendo: «Aquí está, ¿le ves?
No te dejo hueso sano
si al caer el postrer grano,
lo haces mal; hasta después.»
Y apenas hubo salido
recapacitando el oso
concibió un plan ingenioso
y ejecutólo atrevido:
«La arena, según reparo,
llévase el tiempo al caer;
si la logro detener
no corre el tiempo, esto es claro.
¡Gran idea!, de este modo
ahora descanso un poquito,
luego la danza ejercito;
así hay tiempo para todo.»
Puso el deseo por obra
diestro inclinando el reló,
y a descansar se acostó
sin inquietud ni zozobra.
Durmióse, era natural,
hasta que, oyendo la puerta,
asustado se despierta
y tiembla el pobre animal.
Viendo a su maestro entrar,
mientras la ropa mudaba,
puso el reló como estaba
y él, como siempre, a bailar.
«¡Pues adelantas bastante!
-díjole fuera de sí
el amo-; ¿qué has hecho, di,
mientra falté yo, tunante?»
«Pero, señor, no es la hora...»
«El reló de posición
cambiaste; ¡mira el bribón
con lo que nos sale ahora!
¿A tu inteligencia escasa
parecióle idea buena
decir que cuando la arena
no cae, el tiempo no pasa?»
Y enarbolando el bastón
con increíble presteza,
diole, de pies a cabeza,
el premio de su invención.
De este animal la ignorancia
sin quererlo nos recuerda,
no más ingeniosa y cuerda,
común una extravagancia.
Entiéndese vulgarmente
por el quitarse los años
cuando del tiempo los daños
tales restas no consiente.
¿Habrá mayor idiotismo,
ni habrá pretensión más rara
que, no cambiando la cara,
negar la fe de bautismo?
No agreguéis a la vejez,
viejos de incógnita fecha,
un mal de vuestra cosecha
cual es la ridiculez.
De vuestra fama en perjuicio
no diga la razón dura
que perdéis en hermosura
sin haber ganado en juicio.
De ese trabajo penoso
dejad la dura faena,
y dejad caer la arena
o dirán que hacéis el oso.