Ello no se sabe cómo,
un perro de nariz lista
de una despensa provista
robó de cerdo un gran lomo.
De aquellas tajadas tiernas
llenar la tripa vacía
pensaba, y se relamía,
huyendo rabo entre piernas.
Cuando en paraje se vio,
seguro, a su parecer,
ansioso empezó a comer;
y un amigo que le vio,
perro de una solterona,
que harto por demás estaba,
dormía en cama y pasaba
la vida más regalona,
viendo con qué buena gana
cuenta iba a dar de su presa,
dijo: «Veo con sorpresa
que no piensas en mañana.
Comes hasta reventar
y es bien absurdo, a fe mía,
sabiendo que al otro día
no tienes para almorzar.
Un poco de sobriedad
cual perro avisado ten;
mañana te sabrá bien
encontrar la otra mitad.»
«Quien tal absurdo aconseja
y en ese tono tan grave
-respondió el otro- no sabe
lo que puede el hambre añeja.
Al que desde la niñez
la tripa vacía tenga,
no hay cosa que le contenga
si puede hartarse una vez.
Vicio se llame o delito
es más fácil, en verdad,
sufrir la necesidad,
que enfrenar el apetito.»
«Fuera -dijo el regalón-
insistir tiempo perdido;
eres perro envilecido
digno de tu condición.»
diciendo esto se alejó.
A poco murió su ama
y ni regalos ni cama,
ni aun qué comer encontró.
Tras muchos días hambriento
logró hacer una gran presa,
y dándose a comer priesa
devorola en un momento.
El otro que fue testigo
de su gran voracidad,
díjole: «¿Y la sobriedad
que predicabas, amigo?»
«¡Ah! -replicó el consejero-,
muy necio fui, bien lo sé,
cuando de males hablé
que yo no sentí primero.»
Es tan común como injusto
de un cuitado al ver la pena,
«Su conducta no fue buena»
exclamar con ceño adusto.
Tu que así airado repruebas,
que acusas con acritud,
dime, ¿tu austera virtud
ha sufrido muchas pruebas?
Tú que exiges heroísmo,
que juzgas con tal rigor,
¿fueras acaso mejor
viéndote en el caso mismo?
No condenes con dureza
creyéndole pervertido
al mísero que ha sufrido
la desgracia y la pobreza.
Y cuando tu fallo des
no te olvides de una cosa:
que es la culpa muy dudosa
y que el dolor no lo es.
Casi siempre es injusticia
la austera severidad,
y la dulce caridad
es casi siempre justicia.
Concepción Arenal (El Ferrol, 1820 - Vigo, 1893). Estudió en Madrid Derecho, Sociología, Historia, Filosofía e idiomas, teniendo incluso que acudir a clase disfrazada de hombre. Colaboró con Fernando de Castro en el Ateneo Artístico y Literario de Señoras, precedente de posteriores iniciativas en pro de la educación de la mujer como medio para alcanzar la igualdad de derechos. Dedicó buena parte de un inagotable activismo social e intelectual al estudio crítico de la realidad penal española. Se sirve de la experiencia acumulada en el desempeño de cargos oficiales de visitadora de cárceles de mujeres de A Coruña (1863) e inspectora de casas de corrección de mujeres (1868-1873) y, sobre todo, de su talento, sensibilidad e intuición para la redacción de obras que la sitúan en un puesto de gran relevancia en estudios penales europeos: Cartas a los delincuentes (1865), Estudios penitenciarios (1877). O visitador do preso (1893) es una de las obras de referencia para el estudio de las ideas centrales de su pensamiento penal. Valiente y adelantada a su tiempo, partidaria de un sistema penal moderno que hiciese posible la corrección del preso, las aspiraciones reformistas de Arenal se materializan con la llegada de la Segunda República.