Acusación
Se levantan lo muertos; respetad a la sombra.
Si la Muerte se erige como fi el del combate,
que los paños solemnes del silencio lo cubran,
que suspendan las armas su voz en la tormenta.
Tan blanca, sin figura,
ya tu mano levanta
la esquina de mi sueño...
¿Por dónde va tu carne?
¡Qué huida!:
Monte, luz, aire...
Mas tu mano en mi sueño:
¡qué rama baja el cielo!...
Este brazo tan largo
me va a unir con tu alma.
¡Qué alamedas de sangre
para entrar en tu cuerpo!
Tus dedos -¡qué raíces!-,
me clavan, me desclavan
—¡qué alegría!—; me llevan,
me desencarnan vivo,
me meten por tus venas,
me arrastran, suben, suben
por dentro de ti –fuera-:
sangre, monte, luz, aire...
¡Qué alegría! ¡Qué huida
arriba, arriba, arriba...
—¿Adónde?—
Adónde vuelas,
arriba adónde escapas;
por dónde va tu carne
sin vista ya y sin tacto;
sin calor, viva, pura,
eternidad latiendo
cielo ya toda y árbol.