Dios dio un pan a cada pájaro,
pero sólo una migaja a mí.
No me atrevo a comerla,
aunque perezca.
Tenerla, tocarla,
es mi doloroso placer.
Confirmar la hazaña que hizo mío el pedacito.
Demasiado feliz, en mi suerte de gorrión,
para codicia mayor.
Puede haber hambruna en torno mío
que yo no perderé una miguita siquiera.
¡Tan espléndida mi mesa resplandece!
¡Tan hermoso mi granero se muestra!
Me pregunto cómo se sentirán los ricos,
los maharajás, los condes. Yo creo
que, con sólo una migaja,
soy soberana de todos ellos.
Emily Elizabeth Dickinson (Amherst, Massachusetts), fue una poeta estadounidense. Su poesía apasionada le ha colocado en el reducido panteón de poetas fundamentales estadounidenses junto a Edgar Allan Poe, Ralph Waldo Emerson y Walt Whitman. Dickinson procedía de una familia de prestigio y poseía fuertes lazos con su comunidad, aunque vivió gran parte de su vida recluida en su casa. Los conocidos de Dickinson probablemente sabían de sus escritos pero no fue hasta después de su muerte, en 1886, cuando Lavinia, la hermana pequeña de Dickinson, descubrió los poemas que Emily guardaba y se logró hacer evidente la amplitud de su obra.