Salí temprano.
Cogí a mi perro y visité el mar.
Las sirenas de las profundidades
salieron para verme,
y las fragatas, en la superficie,
me arrojaron sus manos de cáñamo,
creyendo que yo era un ratón
en las arenas, atrapado.
Pero nadie me sacó.
Y la marea me cubrió los zapatos,
y el delantal, y el cinturón,
y me cubrió el corpiño también.
Y parecía que me iba a tragar,
como si fuera yo una gota de rocío
en la hoja de un diente de león.
Y entonces, yo también me moví.
El mar me seguía de cerca.
Sentía sus ondas de plata
en mi tobillo; después,
mis zapatos rebosaron perlas.
Hasta que llegamos a la ciudad segura.
Él parecía no conocer a nadie allí,
y, saludándome, con una mirada poderosa,
el mar se retiró.
Temo a la persona de pocas palabras.
Temo a la persona silenciosa.
Al sermoneador, lo puedo aguantar;
al charlatán, lo puedo entretener.
Pero con quien cavila
mientras el resto no deja de parlotear,
con esta persona soy cautelosa.
Temo que sea una gran persona.
I started early, took my dog,
and visited the sea;
the mermaids in the basement
came out to look at me,
and frigates in the upper floor
extended hempen hands,
presuming me to be a mouse
aground, upon the sands.
But no man moved me till the tide
went past my simple shoe,
and past my apron and my belt,
and past my bodice too,
and made as he would eat me up
as wholly as a dew
upon a dandelion's sleeve —
and then I started too.
And he — he followed close behind;
I felt his silver heel
upon my ankle, — then my shoes
would overflow with pearl.
Until we met the solid town,
no man he seemed to know;
and bowing with a mighty look
at me, the sea withdrew.