El viento llamó con golpecitos, como un hombre cansado. Y, como una anfitriona, yo contesté resuelta «Entra». Entró entonces en mi habitación.
Un veloz convidado, sin pies, a quien ofrecer una silla era tan imposible como ofrecer un sofá al aire.
No tenía huesos que lo sostuvieran. Su hablar era como la arremetida de numerosos colibríes a la vez, desde un fabuloso arbolillo. Su apariencia, la de una ola. Sus dedos, al pasar, producían una música, como melodías que salían trémulas de un cristal.
Hizo la visita, también revoloteando; luego, como un hombre tímido, dio de nuevo unos golpecitos, de forma presurosa; y yo me quedé sola.
Dios dio un pan a cada pájaro, pero sólo una migaja a mí. No me atrevo a comerla, aunque perezca. Tenerla, tocarla, es mi doloroso placer. Confirmar la hazaña que hizo mío el pedacito. Demasiado feliz, en mi suerte de gorrión,
Salió una mariposa de su capullo como sale una dama de su casa una tarde de verano; yendo de aquí para allá; sin rumbo, según parecía, excepto vagar por ahí en un caprichoso deambular que los tréboles comprendían.
Bueno es soñar. Despertar es mejor si se despierta en la mañana. Si despertamos a la media noche, es mejor soñar con el alba. Más dulce el figurado petirrojo que nunca alegró el árbol, que enfrentarse a la solidez de un alba
Dame el ocaso en una copa, enumérame los frascos de la mañana y dime cuánto hay de rocío, dime cuán lejos la mañana salta- dime a qué hora duerme el tejedor que tejió el espacio azul.