Con la vista clavada sobre la copa se hallaba abstraído el padre desde hace rato: pocos momentos hace que rechazó el plato del cual apenas quiso probar la sopa.
De tiempo en tiempo, casi furtivamente, llega en silencio alguna que otra mirada hasta la vieja silla desocupada que alguien, de olvidadizo, colocó enfrente.
Y, mientras se ensombrecen todas las caras, cesa de pronto el ruido de las cucharas porque insistentemente, como empujado
por esa idea fija que no se va, el menor de los hijos ha preguntado cuándo será el regreso de la mamá.
Cuando escucho el rojo violín de tu risa, en el que olvidados acordes evocas, un cálido vino — licor de bohemia — me llena el cerebro de músicas locas.
Desde hace una semana falta ese parroquiano que tiene una mirada tan llena de tristeza y, que todas las noches, sentado junto al piano bebe, invariablemente, su vaso de cerveza
Has vuelto, organillo. En la acera hay risas. Has vuelto llorón y cansado como antes. El ciego te espera las más de las noches sentado a la puerta. Calla y escucha. Borrosas memorias de cosas lejanas evoca en silencio, de cosas