La extraña luz, de Javier Egea | Poema

    Poema en español
    La extraña luz

    Qué luz extraña, dime, ha poblado este cuerpo 
    repetido en portales, escaparates, brumas, 
    ingenuo paseante de la ciudad, hermano, 
    caminante del mismo aturdimiento 
    que estos siglos de expolio pusieron en los ojos, 
    qué luz extraña, dime, 
    hay en la soledad y en la memoria? 

    Así nos fuimos viendo nítidamente fríos, 
    enfrentados, 
    de una margen a otra de la calle en ruinas, 
    con la clarividencia de los obreros viejos 
    que abanderan los pasos del taller a la muerte 
    aprendiendo el futuro. 

    Sobre nosotros pasan los balcones cerrados, 
    las farolas con frío, 
    los aleros mellados y este viento, 
    como un enjambre inhóspito, 
    y la piel de la tierra huele a ropa quemada, 
    mas tiritan los huesos 
    y hay tan sólo el calor de la sangre que alumbra 
    desde el abrazo grande de tu fuerza y la mía. 

    Es cierto que la historia 
    nos condenó a las calles ateridas 
    y no el azar que llega maldito restallando. 

    ¿Qué luz extraña, dime, 
    hay en la soledad y en la memoria? 
    Hoy supimos, mirándonos las manos, 
    a pesar del estrago y las ojeras mustias, 
    al fin reconocidas, 
    que siempre es tarde, siempre, para volver a casa 
    como se vuelve al sitio de las túnicas rotas, 
    de las máscaras frías, 
    del polvo atrincherado, 
    de los andrajos de la luz.

    • Qué luz extraña, dime, ha poblado este cuerpo 
      repetido en portales, escaparates, brumas, 
      ingenuo paseante de la ciudad, hermano, 
      caminante del mismo aturdimiento 
      que estos siglos de expolio pusieron en los ojos, 
      qué luz extraña, dime, 

    • 'con la pasión que da el conocimiento' 
      Jaime Gil de Biedma 

       
      Hoy está triste el juglar 
      sólo canta para ella, 
      que también la juglaría 
      tiene parte en la tristeza. 
      Sepan que de mal de amores 
      nadie está libre en la tierra. 

    • A Aurora de Albornoz 
       
      Mas se fue desnudando. y yo le sonreía. ' 
      Juan Ramón Jiménez 

       
      Vino primero frívola -yo niño con ojeras- 
      y nos puso en los dedos un sueño de esperanza 
      o alguna perversión: sus velos y su danza 

    • Entonces, 
      en aquella ciudad 
      o en la intuición primera, vaga, de su cuerpo, 
      el pensamiento aún flotaba en bucólicos careos, 
      en versos aprendidos sin historia 
      y no era posible amar 
      entre unas calles donde todo era sucio, 
      carne sin brillo, 

    • Y la luna 
      Pero no la luna. 
      Federico García Lorca 

       
      Porque la luna. Pero no la luna. 
      Sí los tumbos añiles, sí la vida, 
      el estallido sordo de la espera 
      y la ciudad, el sueño, la otra calle 
      que es un reto de luz. Escucha ahora.