Ella me besa, marca la sonrisa
y viaja por los labios al pasado
con el adorno de sus sentimientos,
lujosa y encendida como un árbol
de navidad, paloma
de amistades difíciles
que abriga con recuerdos lo que duele
por demasiado frío en el presente.
Ayer te vimos por televisión,
no vas a cambiar nunca.
Él mide las palabras y me tiende la mano:
hubiese preferido no encontrarme.
Seguro como un pino del norte en su montaña,
vigila los recodos, las umbrías,
y sólo se interesa por el rumbo
que la vida nos marca.
Yo no pienso en traiciones, en el sucio
prestigio de sus manos.
Únicamente veo
estos ojos de halcón y me pregunto:
¿qué pensarán de mí?
Calle arriba, después, al despedirnos,
mi cuerpo reflejado se detiene
en los escaparates,
y con necesidad de asegurarse,
por encima de objetos de regalo,
abrigos, maletines de piel, televisores,
levanta el dedo y con temor me dice:
no vas a cambiar nunca, no vas a cambiar nunca.
La casa como barco
en alta mar de junio.
Las calles como trenes
de noche sosegada.
Estas cosas no pasan en el mundo.
Estoy por afirmar
que ahora vivo en un libro de poemas.
Pero si tú me miras,
decidida a existir
Quizá tú no me viste,
quizá nadie me viese tan perdido,
tan frío en esta esquina. Pero el viento
pensó que yo era piedra
y quiso con mi cuerpo deshacerse.
Si pudiera encontrarte,
quizá, si te encontrase, yo sabría
explicarme contigo.
Yo sé
que el tierno amor escoge sus ciudades
y cada pasión toma un domicilio,
un modo diferente de andar por los pasillos
o de apagar las luces.
Ella me besa, marca la sonrisa
y viaja por los labios al pasado
con el adorno de sus sentimientos,
lujosa y encendida como un árbol
de navidad, paloma
de amistades difíciles
que abriga con recuerdos lo que duele
por demasiado frío en el presente.
Como la luz de un sueño,
que no raya en el mundo pero existe,
así he vivido yo
iluminado
esa parte de ti que no conoces,
la vida que has llevado junto a mis pensamientos...
Nadaba yo en el mar y era muy tarde,
justo en ese momento
en que las luces flotan como brasas
de una hoguera rendida
y en el agua se queman las preguntas,
los silencios extraños.
Ahora sé
que estas calles nos han hecho solitarios
y nuestro corazón
tiene el pulso amarillo
de las maderas lentas de un tranvía.
Sobre su cuerpo viejo
andábamos despacio, de forma irregular,
con una simetría parecida a los árboles.
Por detergentes y lavavajillas,
por libros ordenados y escobas en el suelo,
por los cristales limpios, por la mesa
sin papeles, libretas ni bolígrafos,
por los sillones sin periódicos,
quien se acerque a mi casa
puede encontrar un día