El burro, de Roberto Bolaño | Poema

    Poema en español
    El burro

    A veces sueño que Mario Santiago 
    viene a buscarme con su moto negra. 
    Y dejamos atrás la ciudad y a medida 
    que las luces van desapareciendo 
    Mario Santiago me dice que se trata 
    de una moto robada, la última moto 
    robada para viajar por las pobres tierras 
    del norte, en dirección a Texas, 
    persiguiendo un sueño innombrable, 
    inclasificable, el sueño de nuestra juventud, 
    es decir el sueño más valiente de todos 
    nuestros sueños. Y de tal manera 
    cómo negarme a montar la veloz moto negra 
    del norte y salir rajados por aquellos caminos 
    que antaño recorrieran los santos de México, 
    los poetas mendicantes de México, 
    las sanguijuelas taciturnas de Tepito 
    o la colonia Guerrero, todos en la misma senda, 
    donde se confunden y mezclan los tiempos: 
    verbales y físicos, el ayer y la afasia. 

    Y a veces sueño que Mario Santiago 
    viene a buscarme, o es un poeta sin rostro, 
    una cabeza sin ojos, ni boca, ni nariz, 
    sólo piel y voluntad, y yo sin preguntar nada 
    me subo a la moto y partimos 
    por los caminos del norte, la cabeza y yo, 
    extraños tripulantes embarcados en una ruta 
    miserable, caminos borrados por el polvo y la lluvia, 
    tierra de moscas y lagartijas, matorrales resecos 
    y ventiscas de arena, el único teatro concebible 
    para nuestra poesía 

    Y a veces sueño que el camino 
    que nuestra moto o nuestro anhelo recorre 
    no empieza en mi sueño sino en el sueño 
    de otros: los inocentes, los bienaventurados, 
    los mansos, los que para nuestra desgracia 
    ya no están aquí. Y así Mario Santiago y yo 
    salimos de la ciudad de México que es la prolongación 
    de tantos sueños, la materialización de tantas 
    pesadillas, y remontamos los estados 
    siempre hacia el norte, siempre por el camino 
    de los coyotes, y nuestra moto entonces 
    es del color de la noche. Nuestra moto 
    es un burro negro que viaja sin prisa 
    por las tierras de la Curiosidad. Un burro negro 
    que se desplaza por la humanidad y la geometría 
    de estos pobres paisajes desolados. 
    Y la risa de Mario o de la cabeza 
    saluda a los fantasmas de nuestra juventud, 
    el sueño innombrable e inútil 
    de la valentía. 

    Y a veces creo ver una moto negra 
    como un burro alejándose por los caminos 
    de tierra de Zacatecas y Coahuila, en los límites 
    del sueño, y sin alcanzar a comprender 
    su sentido, su significado último, 
    comprendo no obstante su música: 
    una alegre canción de despedida. 

    Y acaso son los gestos de valor los que 
    nos dicen adiós, sin resentimiento ni amargura, 
    en paz con su gratuidad absoluta y con nosotros mismos. 



    Son los pequeños desafíos inútiles -o que 
    los años y la costumbre consintieron 
    que creyéramos inútiles- los que nos saludan, 
    los que nos hacen señales enigmáticas con las manos, 
    en medio de la noche, a un lado de la carretera, 
    como nuestros hijos queridos y abandonados, 
    criados solos en estos desiertos calcáreos, 
    como el resplandor que un día nos atravesó 
    y que habíamos olvidado. 

    Y a veces sueño que Mario llega 
    con su moto negra en medio de la pesadilla 
    y partimos rumbo al norte, 
    rumbo a los pueblos fantasmas donde moran 
    las lagartijas y las moscas. 
    y mientras el sueño me transporta 
    de un continente a otro 
    a través de una ducha de estrellas frías e indoloras, 
    veo la moto negra, como un burro de otra planeta, 
    partir en dos las tierras de Coahuila. 
    un burro de otro planeta 
    que es el anhelo desbocado de nuestra ignorancia, 
    pero que también es nuestra esperanza 
    y nuestro valor. 

    Un valor innombrable e inútil, bien cierto, 
    pero reencontrado en los márgenes 
    del sueño más remoto, 
    en las particiones del sueño final, 
    en la senda confusa y magnética 
    de los burros y de los poetas. 

    • Demos gracias por nuestra pobreza, dijo el tipo vestido con harapos. 
      Lo vi con este ojo: vagaba por un pueblo de casas chatas, 
      hechas de cemento y ladrillos, entre México y Estados Unidos. 
      Demos gracias por nuestra violencia, dijo, aunque sea estéril 

    • Atiende esto, hijo mío: las bombas caían 
      sobre la Ciudad de México 
      pero nadie se daba cuenta. 
      El aire llevó el veneno a través 
      de las calles y las ventanas abiertas. 
      Tú acababas de comer y veías en la tele 
      los dibujos animados. 

    • Trabajaba en la Guerrero, a pocas calles de la casa de Julián 
      y tenía 17 años y había perdido un hijo. 
      El recuerdo la hacía llorar en aquel cuarto del hotel Trébol, 
      espacioso y oscuro, con baño y bidet, el sitio ideal 

    • Extraño maniquí de una tienda del Metro, 
      qué manera de observarme 
      y presentirme más allá de todo puente 
      mirando el océano o un lago enorme 
      como si de él esperara aventura y amor 
      Y puede un grito de muchacha en plena noche 

    • A veces sueño que Mario Santiago 
      viene a buscarme con su moto negra. 
      Y dejamos atrás la ciudad y a medida 
      que las luces van desapareciendo 
      Mario Santiago me dice que se trata 
      de una moto robada, la última moto 
      robada para viajar por las pobres tierras 

    • En el camino de los perros mi alma encontró 
      a mi corazón. Destrozado, pero vivo, 
      sucio, mal vestido y lleno de amor. 
      En el camino de los perros, allí donde no quiere ir nadie. 
      Un camino que sólo recorren los poetas 
      cuando ya no les queda nada por hacer. 

    • Era más hermosa que el sol 
      y yo aún no tenía 16 años. 
      24 han pasado 
      y sigue a mi lado. 

      A veces la veo caminar 
      sobre las montañas: es el ángel guardián 
      de nuestras plegarias. 
      Es el sueño que regresa