Los perros románticos, de Roberto Bolaño | Poema

    Poema en español
    Los perros románticos

    En aquel tiempo yo tenía veinte años 
    y estaba loco. 
    Había perdido un país 
    pero había ganado un sueño. 
    Y si tenía ese sueño 
    lo demás no importaba. 
    Ni trabajar ni rezar 
    ni estudiar en la madrugada 
    junto a los perros románticos. 
    Y el sueño vivía en el vacío de mi espíritu. 
    Una habitación de madera, 
    en penumbras, 
    en uno de los pulmones del trópico. 
    Y a veces me volvía dentro de mí 
    y visitaba el sueño: estatua eternizada 
    en pensamientos líquidos, 
    un gusano blanco retorciéndose 
    en el amor. 
    Un amor desbocado. 
    Un sueño dentro de otro sueño. 
    Y la pesadilla me decía: crecerás. 
    Dejarás atrás las imágenes del dolor y del 
    laberinto 
    y olvidarás. 
    Pero en aquel tiempo crecer hubiera sido un crimen. 
    Estoy aquí, dije, con los perros románticos 
    y aquí me voy a quedar. 

    • Atiende esto, hijo mío: las bombas caían 
      sobre la Ciudad de México 
      pero nadie se daba cuenta. 
      El aire llevó el veneno a través 
      de las calles y las ventanas abiertas. 
      Tú acababas de comer y veías en la tele 
      los dibujos animados. 

    • Demos gracias por nuestra pobreza, dijo el tipo vestido con harapos. 
      Lo vi con este ojo: vagaba por un pueblo de casas chatas, 
      hechas de cemento y ladrillos, entre México y Estados Unidos. 
      Demos gracias por nuestra violencia, dijo, aunque sea estéril 

    • Extraño maniquí de una tienda del Metro, 
      qué manera de observarme 
      y presentirme más allá de todo puente 
      mirando el océano o un lago enorme 
      como si de él esperara aventura y amor 
      Y puede un grito de muchacha en plena noche 

    • A veces sueño que Mario Santiago 
      viene a buscarme con su moto negra. 
      Y dejamos atrás la ciudad y a medida 
      que las luces van desapareciendo 
      Mario Santiago me dice que se trata 
      de una moto robada, la última moto 
      robada para viajar por las pobres tierras 

    • Trabajaba en la Guerrero, a pocas calles de la casa de Julián 
      y tenía 17 años y había perdido un hijo. 
      El recuerdo la hacía llorar en aquel cuarto del hotel Trébol, 
      espacioso y oscuro, con baño y bidet, el sitio ideal 

    • En el camino de los perros mi alma encontró 
      a mi corazón. Destrozado, pero vivo, 
      sucio, mal vestido y lleno de amor. 
      En el camino de los perros, allí donde no quiere ir nadie. 
      Un camino que sólo recorren los poetas 
      cuando ya no les queda nada por hacer. 

    • Era más hermosa que el sol 
      y yo aún no tenía 16 años. 
      24 han pasado 
      y sigue a mi lado. 

      A veces la veo caminar 
      sobre las montañas: es el ángel guardián 
      de nuestras plegarias. 
      Es el sueño que regresa