Lupe, de Roberto Bolaño | Poema

    Poema en español
    Lupe

    Trabajaba en la Guerrero, a pocas calles de la casa de Julián 
    y tenía 17 años y había perdido un hijo. 
    El recuerdo la hacía llorar en aquel cuarto del hotel Trébol, 
    espacioso y oscuro, con baño y bidet, el sitio ideal 
    para vivir durante algunos años. El sitio ideal para escribir 
    un libro de memorias apócrifas o un ramillete 
    de poemas de terror. Lupe 
    era delgada y tenía las piernas largas y manchadas 
    como los leopardos. 
    La primera vez ni siquiera tuve una erección: 
    tampoco esperaba tener una erección. Lupe habló de su vida 
    y de lo que para ella era la felicidad. 
    Al cabo de una semana nos volvimos a ver. La encontré 
    en una esquina junto a otras putitas adolescentes, 
    apoyada en los guardabarros de un viejo Cadillac. 
    Creo que nos alegramos de vemos. A partir de entonces 
    Lupe empezó a contarme cosas de su vida, a veces llorando, 
    a veces cogiendo, casi siempre desnudos en la cama, 
    mirando el cielorraso tomados de la mano. 
    Su hijo nació enfermo y Lupe prometió a la Virgen 
    que dejaría el oficio si su bebé se curaba. 
    Mantuvo la promesa un mes o dos y luego tuvo que volver. 
    Poco después su hijo murió y Lupe decía que la culpa 
    era suya por no cumplir con la Virgen. 
    La Virgen se llevó al angelito por una promesa no sostenida. 

    Yo no sabía qué decirle. 
    Me gustaban los niños, seguro, 
    pero aún faltaban muchos años para que supiera 
    lo que era tener un hijo. 
    Así que me quedaba callado y pensaba en lo extraño 
    que resultaba el silencio de aquel hotel. 
    O tenía las paredes muy gruesas o éramos los 
    únicos ocupantes 
    o los demás no abrían la boca ni para gemir. 
    Era tan fácil manejar a Lupe y sentirte hombre 
    y sentirte desgraciado. Era fácil acompasarla 
    a tu ritmo y era fácil escuchada referir 
    las últimas películas de terror que había visto 
    en el cine Bucareli. 
    Sus piernas de leopardo se anudaban en mi cintura 
    y hundía su cabeza en mi pecho buscando mis pezones 
    o el latido de mi corazón. 
    Eso es lo que quiero chuparte, me dijo una noche. 
    ¿Qué, Lupe? El corazón. 

    • Atiende esto, hijo mío: las bombas caían 
      sobre la Ciudad de México 
      pero nadie se daba cuenta. 
      El aire llevó el veneno a través 
      de las calles y las ventanas abiertas. 
      Tú acababas de comer y veías en la tele 
      los dibujos animados. 

    • Demos gracias por nuestra pobreza, dijo el tipo vestido con harapos. 
      Lo vi con este ojo: vagaba por un pueblo de casas chatas, 
      hechas de cemento y ladrillos, entre México y Estados Unidos. 
      Demos gracias por nuestra violencia, dijo, aunque sea estéril 

    • A veces sueño que Mario Santiago 
      viene a buscarme con su moto negra. 
      Y dejamos atrás la ciudad y a medida 
      que las luces van desapareciendo 
      Mario Santiago me dice que se trata 
      de una moto robada, la última moto 
      robada para viajar por las pobres tierras 

    • Extraño maniquí de una tienda del Metro, 
      qué manera de observarme 
      y presentirme más allá de todo puente 
      mirando el océano o un lago enorme 
      como si de él esperara aventura y amor 
      Y puede un grito de muchacha en plena noche 

    • En el camino de los perros mi alma encontró 
      a mi corazón. Destrozado, pero vivo, 
      sucio, mal vestido y lleno de amor. 
      En el camino de los perros, allí donde no quiere ir nadie. 
      Un camino que sólo recorren los poetas 
      cuando ya no les queda nada por hacer. 

    • Trabajaba en la Guerrero, a pocas calles de la casa de Julián 
      y tenía 17 años y había perdido un hijo. 
      El recuerdo la hacía llorar en aquel cuarto del hotel Trébol, 
      espacioso y oscuro, con baño y bidet, el sitio ideal 

    • Era más hermosa que el sol 
      y yo aún no tenía 16 años. 
      24 han pasado 
      y sigue a mi lado. 

      A veces la veo caminar 
      sobre las montañas: es el ángel guardián 
      de nuestras plegarias. 
      Es el sueño que regresa