En el camino de los perros mi alma encontró a mi corazón. Destrozado, pero vivo, sucio, mal vestido y lleno de amor. En el camino de los perros, allí donde no quiere ir nadie. Un camino que sólo recorren los poetas cuando ya no les queda nada por hacer. ¡Pero yo tenía tantas cosas que hacer todavía! Y sin embargo allí estaba: haciéndome matar por las hormigas rojas y también por las hormigas negras, recorriendo las aldeas vacías: el espanto que se elevaba hasta tocar las estrellas. Un chileno educado en México lo puede soportar todo, pensaba, pero no era verdad. Por las noches mi corazón lloraba. El río del ser, decían unos labios afiebrados que luego descubrí eran los míos, el río del ser, el río del ser, el éxtasis que se pliega en la ribera de estas aldeas abandonadas. Sumulistas y teólogos, adivinadores y salteadores de caminos emergieron como realidades acuáticas en medio de una realidad metálica. Sólo la fiebre y la poesía provocan visiones. Sólo el amor y la memoria. No estos caminos ni estas llanuras. No estos laberintos. Hasta que por fin mi alma encontró a mi corazón. Estaba enfermo, es cierto, pero estaba vivo.
Demos gracias por nuestra pobreza, dijo el tipo vestido con harapos. Lo vi con este ojo: vagaba por un pueblo de casas chatas, hechas de cemento y ladrillos, entre México y Estados Unidos. Demos gracias por nuestra violencia, dijo, aunque sea estéril
Atiende esto, hijo mío: las bombas caían sobre la Ciudad de México pero nadie se daba cuenta. El aire llevó el veneno a través de las calles y las ventanas abiertas. Tú acababas de comer y veías en la tele los dibujos animados.
Trabajaba en la Guerrero, a pocas calles de la casa de Julián y tenía 17 años y había perdido un hijo. El recuerdo la hacía llorar en aquel cuarto del hotel Trébol, espacioso y oscuro, con baño y bidet, el sitio ideal
Extraño maniquí de una tienda del Metro, qué manera de observarme y presentirme más allá de todo puente mirando el océano o un lago enorme como si de él esperara aventura y amor Y puede un grito de muchacha en plena noche
En aquel tiempo yo tenía veinte años y estaba loco. Había perdido un país pero había ganado un sueño. Y si tenía ese sueño lo demás no importaba. Ni trabajar ni rezar ni estudiar en la madrugada junto a los perros románticos.
A veces sueño que Mario Santiago viene a buscarme con su moto negra. Y dejamos atrás la ciudad y a medida que las luces van desapareciendo Mario Santiago me dice que se trata de una moto robada, la última moto robada para viajar por las pobres tierras
En el camino de los perros mi alma encontró a mi corazón. Destrozado, pero vivo, sucio, mal vestido y lleno de amor. En el camino de los perros, allí donde no quiere ir nadie. Un camino que sólo recorren los poetas cuando ya no les queda nada por hacer.