Jacinto el estudiante,
dispuesto, vivaracho,
excelente muchacho,
era un poco pedante.
Un día que a saltar
con más afán se esfuerza,
ocúrrele la fuerza
del salto calcular.
«Somos muy majaderos,
sin regla trabajamos,
y así nos fatigamos
-dijo a sus compañeros-.
Formemos ecuación:
Y, fuerza; E, distancia;
todo desde la infancia
debe hacerse en razón.»
Mas los otros rapaces,
menos adelantados,
cálculos complicados
de hacer no eran capaces.
Y prosiguen saltando
con la mayor destreza,
sin gastar la cabeza
sus fuerzas calculando.
Busca papel y pluma
el mozo y, con gran flema,
el propuesto problema
da por resuelto en suma.
«¡La ciencia cómo eleva!,
-dice- ¡oh, cuánto fecunda!»
Y una zanja profunda
saltar quiere por prueba;
al cálculo sujeta
su esfuerzo, pero ¡zas!,
cae, y a poco más
llévasele pateta.
dio tan fuerte porrazo
que por muy bien librado
se tuvo el desdichado
con dislocarse un brazo.
En esto una lección
nos da el pobre jacinto:
nunca lo que es de instinto
pidas a la razón.