El chaparrón de las truchas, de Concepción Arenal | Poema

    Poema en español
    El chaparrón de las truchas

    Había en una ocasión 
    en casa de cierto conde 
    que vive yo no sé dónde, 
    numerosa reunión. 

    Por costumbre que a ley pasa 
    y en verdad muy racional, 
    a las once, cada cual 
    retirábase a su casa. 

    Pues bien: las once sonaron, 
    para otra noche aplazada 
    dejaron una charada, 
    y todos se levantaron. 

    Uno de los concurrentes 
    oyó un extraño ruido, 
    aplicó atento el oído, 
    y exclamó: «¡Llueve a torrentes!» 

    Fue general la sorpresa 
    habiendo todos dejado 
    el cielo muy despejado; 
    y dijo así la condesa: 

    «Mientras aclara la noche, 
    tomad, señores, asiento 
    porque no tengo (y lo siento) 
    para conduciros coche. 

    Si sigue la tempestad, 
    preparando están la cena, 
    aunque no será tan buena 
    como lo és mi voluntad.» 

    A este agasajo sincero 
    el valor dan que se debe, 
    mas juzgan pasará en breve, 
    por ser fuerte, el aguacero. 

    Y siéntanse muy serenos 
    a esperar cerca del fuego 
    que deje de llover luego, 
    o que llueva un poco menos. 

    Uno que a cansarse empieza 
    «Quiero ver el chaparrón» 
    dijo; y abriendo el balcón 
    sacó fuera la cabeza. 

    «Pues señor, o no sé jota, 
    o no hay nubes en el cielo 
    y sequísimo está el suelo 
    y de agua no cae gota», 

    dice. Y vanse de contado 
    todos al propio balcón, 
    y con grande admiración, 
    ven que está el cielo estrellado. 

    Cáusales no poca risa 
    el quid pro quo singular, 
    y tratan de averiguar 
    la causa, aunque estén deprisa. 

    Pero esta causa, ¿cuál era? 
    Sencilla como otras muchas: 
    que estaba friendo truchas 
    marica, la cocinera. 

    Y el tal pescado al caer 
    en el aceite que hervía 
    un ruido producía 
    semejante al de llover. 

    Y era tal la semejanza 
    al través de las paredes 
    que (no lo tomen ustedes 
    a ponderación o chanza). 

    El más perspicaz oído, 
    puesto en igual condición, 
    la mismísima ilusión 
    por verdad hubiera tenido. 

    Imagine cada cual 
    si en la cosa más sencilla 
    (testigo esta fabulilla) 
    hay riesgo de juzgar mal. 

    Si en el ejemplo en cuestión 
    uno de esperar cansado 
    a él no se hubiera asomado, 
    o si no hubiera balcón. 

    Cenaran de buena gana, 
    marcháranse a recoger, 
    y aquel soñado llover 
    juraran por la mañana. 

    Esto recuerda el calor 
    con que gritan satisfechos 
    ciertos prójimos: «¡Los hechos, 
    pero los hechos, señor!» 

    Si yo solo de hechos trato 
    y confirman mi opinión, 
    ¿dónde está la observación 
    de esos hechos, mentecato? 

    ¿Tienes tú seguridad 
    que un hombre, sea el que fuere, 
    cuando un hecho te refiere 
    no ha faltado a la verdad? 

    ¿Y si verídico fue, 
    afirmarás, por ventura, 
    que un error no te asegura, 
    iluso, de buena fe? 

    ¿Ignora tu insuficiencia 
    los hechos al invocar 
    que ia ciencia de observar 
    es de muy pocos la ciencia? 

    Difícil la observación, 
    escasa la voluntad, 
    grande la comodidad, 
    de tener fija opinión. 

    Por eso cunde el error 
    llegando a nuestros oídos 
    estos gritos repetidos: 
    ¡pero los hechos, señor! 

    A ellos debe responder 
    el hombre cuerdo y machucho: 
    «Los hechos enseñan mucho, 
    pero es a quien sabe ver.» 

    Concepción Arenal (El Ferrol, 1820 - Vigo, 1893). Estudió en Madrid Derecho, Sociología, Historia, Filosofía e idiomas, teniendo incluso que acudir a clase disfrazada de hombre. Colaboró con Fernando de Castro en el Ateneo Artístico y Literario de Señoras, precedente de posteriores iniciativas en pro de la educación de la mujer como medio para alcanzar la igualdad de derechos. Dedicó buena parte de un inagotable activismo social e intelectual al estudio crítico de la realidad penal española. Se sirve de la experiencia acumulada en el desempeño de cargos oficiales de visitadora de cárceles de mujeres de A Coruña (1863) e inspectora de casas de corrección de mujeres (1868-1873) y, sobre todo, de su talento, sensibilidad e intuición para la redacción de obras que la sitúan en un puesto de gran relevancia en estudios penales europeos: Cartas a los delincuentes (1865), Estudios penitenciarios (1877). O visitador do preso (1893) es una de las obras de referencia para el estudio de las ideas centrales de su pensamiento penal. Valiente y adelantada a su tiempo, partidaria de un sistema penal moderno que hiciese posible la corrección del preso, las aspiraciones reformistas de Arenal se materializan con la llegada de la Segunda República.