Sostenía Don Cipriano
que el agua de cierta fuente
se encontraba más caliente
en invierno que en verano.
Quiso su interlocutor
saber por cuál ilusión
apariencia de razón
tenía tamaño error.
«Si la mano en el estío
-gravemente respondió-
mete V. cual meto yo,
verá qué terrible frío.
Si un día de invierno crudo
repite la operación,
de calor grata impresión
sentirá.» «De ello no dudo.
Refiriéndose a la mano,
grande el error ser debía
estando en invierno fría
y caliente en el verano.
Sabiendo vuestra prudencia,
paréceme sorprendente
que atribuyáis a la fuente
y no a vos la diferencia.»
Sólido fue el argumento,
mas aún así no bastó;
como dicen, no cayó
el hombre de su jumento.
Hasta que en julio y enero,
el termómetro aplicando
y al buen sentido apelando
salió de su error primero.
No miremos con desprecio,
aunque el caso nos asombre,
la razón de este buen hombre;
no era, ni con mucho, un necio.
Pero arraigado y profundo
está en todos cierto vicio,
y es, al formular un juicio,
hacerse el centro del mundo.
Convertirnos en medida
que a todos se ha de aplicar,
y vida y razón juzgar
por nuestra razón y vida;
trasformar las sensaciones,
como el héroe de este cuento,
en apoyo y fundamento
de extraviadas opiniones.
Pensemos que, al juzgar mal
con propio y ajeno daño,
para enmendar el engaño
no hay termómetro moral.