Un pueblo que, según dice la historia,
se halla en el interior de Andalucía
padeció, como de otra no hay memoria,,
una horrible sequía.
Consternada la gente
mira el campo asolado,
y si el agua no acude de contado
la mejor finca de aquel pingüe suelo
no dará la simiente.
Los ojos vuelven todos hacia el cielo,
imploran con fervor y piedad mucha
remedio breve a tan acerbos males;
mas el cielo no escucha
por razones que ignoran los mortales.
Viendo que inútilmente
su piedad imploraban,
impíos los más de ellos blasfemaban
con boca maldiciente.
Era el cura del pueblo un virtuoso
varón, modesto y grave,
y oyendo aquel lenguaje escandaloso,
por más que del deber hollen los fueros,
dice con voz suave
a sus mal resignados feligreses:
«Una declaración tengo que haceros.
Hoy cesan de la suerte los reveses:
a mí, aunque pecador flaco e indigno,
el piadoso cielo
de esta revelación me creyó digno.
Su cólera justísima depone,
y para enviar al abrasado suelo
la lluvia deseada
que cada cual implora,
sola una condición sencilla impone:
que unánime dé el pueblo y libre voto
por el cual determine claramente,
de empezar a llover, el día y hora;
si así no fuere, ¡el pacto queda roto!»
Cuando ésto oyó la gente
cada cual a votar se precipita;
uno quiere que llueva enseguidita,
otro que el sol se vele con celaje,
porque tiene que hacer cierto viaje
que le importa muy más que la cosecha,
votando así que el día
siguiente ha de llover de su regreso.
«¡No!, -le grita muy poco satisfecha
una moza-; pardiez, no ha de ser eso;
precisamente estoy de romería.»
Otro yerba segada
tiene, y le haría el agua grave daño
hasta verla encerrada.
Otro el agua no quiere en aquel año
porque no es cosechero,
sino tratante en granos
cuya abundancia atasca su granero.
Y otros, en fin, con mil pretextos vanos,
por no hacer el relato más prolijo,
tantas dificultades opusieron
que de acuerdo común no consiguieron
señalar a la lluvia día fijo.
Dios no escuchó la charla inoportuna
y el agua les mandó por su fortuna.
Entonces el buen cura así les dijo:
«¡Oh juicios de los hombres, juicios vanos!
¡Oh desdichada suerte!
Si la pusiera dios en vuestras manos
fuera vida infeliz y triste muerte.
Limitada razón y vana ciencia,
¿por qué acusas impía
la dulce providencia
diciendo: 'en su lugar mejor sería...?'
Sella ya el labio inmundo,
que si Dios un momento
su dirección fiase a tu talento,
nuevo caos tornara a ser el mundo.»