El párroco y sus feligreses, de Concepción Arenal | Poema

    Poema en español
    El párroco y sus feligreses

    Un pueblo que, según dice la historia, 
    se halla en el interior de Andalucía 
    padeció, como de otra no hay memoria,, 
    una horrible sequía. 
    Consternada la gente 
    mira el campo asolado, 
    y si el agua no acude de contado 
    la mejor finca de aquel pingüe suelo 
    no dará la simiente. 
    Los ojos vuelven todos hacia el cielo, 
    imploran con fervor y piedad mucha 
    remedio breve a tan acerbos males; 
    mas el cielo no escucha 
    por razones que ignoran los mortales. 
    Viendo que inútilmente 
    su piedad imploraban, 
    impíos los más de ellos blasfemaban 
    con boca maldiciente. 
    Era el cura del pueblo un virtuoso 
    varón, modesto y grave, 
    y oyendo aquel lenguaje escandaloso, 
    por más que del deber hollen los fueros, 
    dice con voz suave 
    a sus mal resignados feligreses: 

    «Una declaración tengo que haceros. 
    Hoy cesan de la suerte los reveses: 
    a mí, aunque pecador flaco e indigno, 
    el piadoso cielo 
    de esta revelación me creyó digno. 
    Su cólera justísima depone, 
    y para enviar al abrasado suelo 
    la lluvia deseada 
    que cada cual implora, 
    sola una condición sencilla impone: 
    que unánime dé el pueblo y libre voto 
    por el cual determine claramente, 
    de empezar a llover, el día y hora; 
    si así no fuere, ¡el pacto queda roto!» 

    Cuando ésto oyó la gente 
    cada cual a votar se precipita; 
    uno quiere que llueva enseguidita, 
    otro que el sol se vele con celaje, 
    porque tiene que hacer cierto viaje 
    que le importa muy más que la cosecha, 
    votando así que el día 
    siguiente ha de llover de su regreso. 
    «¡No!, -le grita muy poco satisfecha 
    una moza-; pardiez, no ha de ser eso; 
    precisamente estoy de romería.» 
    Otro yerba segada 
    tiene, y le haría el agua grave daño 
    hasta verla encerrada. 
    Otro el agua no quiere en aquel año 
    porque no es cosechero, 
    sino tratante en granos 
    cuya abundancia atasca su granero. 
    Y otros, en fin, con mil pretextos vanos, 
    por no hacer el relato más prolijo, 
    tantas dificultades opusieron 
    que de acuerdo común no consiguieron 
    señalar a la lluvia día fijo. 
    Dios no escuchó la charla inoportuna 
    y el agua les mandó por su fortuna. 
    Entonces el buen cura así les dijo: 

    «¡Oh juicios de los hombres, juicios vanos! 
    ¡Oh desdichada suerte! 
    Si la pusiera dios en vuestras manos 
    fuera vida infeliz y triste muerte. 
    Limitada razón y vana ciencia, 
    ¿por qué acusas impía 
    la dulce providencia 
    diciendo: 'en su lugar mejor sería...?' 
    Sella ya el labio inmundo, 
    que si Dios un momento 
    su dirección fiase a tu talento, 
    nuevo caos tornara a ser el mundo.» 

    Concepción Arenal (El Ferrol, 1820 - Vigo, 1893). Estudió en Madrid Derecho, Sociología, Historia, Filosofía e idiomas, teniendo incluso que acudir a clase disfrazada de hombre. Colaboró con Fernando de Castro en el Ateneo Artístico y Literario de Señoras, precedente de posteriores iniciativas en pro de la educación de la mujer como medio para alcanzar la igualdad de derechos. Dedicó buena parte de un inagotable activismo social e intelectual al estudio crítico de la realidad penal española. Se sirve de la experiencia acumulada en el desempeño de cargos oficiales de visitadora de cárceles de mujeres de A Coruña (1863) e inspectora de casas de corrección de mujeres (1868-1873) y, sobre todo, de su talento, sensibilidad e intuición para la redacción de obras que la sitúan en un puesto de gran relevancia en estudios penales europeos: Cartas a los delincuentes (1865), Estudios penitenciarios (1877). O visitador do preso (1893) es una de las obras de referencia para el estudio de las ideas centrales de su pensamiento penal. Valiente y adelantada a su tiempo, partidaria de un sistema penal moderno que hiciese posible la corrección del preso, las aspiraciones reformistas de Arenal se materializan con la llegada de la Segunda República.