Una biblioteca de audiolibros y poesía
Junto al río transparente
que el astro rubio colora
y riza el aura naciente
llora Leda la pastora.
De amarga hiel es su llanto.
¿Qué llora la pastorcilla?
¿Qué pena, qué gran quebranto
puso blanca su mejilla?
A Fernando Vela
Debajo de las multiplicaciones
hay una gota de sangre de pato.
Debajo de las divisiones
hay una gota de sangre de marinero.
Debajo de las sumas, un río de sangre tierna;
un río que viene cantando
(A Dámaso Alonso)
Su luna de pergamino
Preciosa tocando viene
por un anfibio sendero
de cristales y laureles.
El silencio sin estrellas,
huyendo del sonsonete,
cae donde el mar bate y canta
su noche llena de peces.
En el error.
Y en sus emociones.
Estar a punto del error es una condición del miedo.
Estar en medio del error es estar en un estado de locura y de derrota.
Darte cuenta de que has cometido un error produce vergüenza y remordimiento.
¿O sí?
Sólo quisiera ser uno de los motivos de tu sonrisa, quizá un pequeño pensamiento de tu mente durante la mañana, o quizá un lindo recuerdo antes de dormir. Sólo quisiera ser una fugaz imagen frente a tus ojos, quizá una voz susurrante en tu oído, o quizá un leve roce en tus labios.
Ven Noche antiquísima e idéntica,
noche Reina nacida destronada,
noche igual por dentro al silencio, Noche
con estrellas, lentejuelas rápidas
en tu vestido con franjas de infinito.
Mis nervios están locos, en las venas
la sangre hierve, líquido de fuego
salta a mis labios donde finge luego
la alegría de todas las verbenas.
Yo no sufro este dolor como César Vallejo. Yo no me duelo ahora como artista, como hombre ni como simple ser vivo siquiera. Yo no sufro este dolor como católico, como mahometano ni como ateo. Hoy sufro solamente. Si no me llamase César Vallejo, también sufriría este mismo dolor.
¡Qué alegre y fresca la mañanita!
Me agarra el aire por la nariz:
los perros ladran, un chico grita
y una muchacha gorda y bonita,
junto a una piedra, muele maíz.
Joven, te ofrezco el don de esta copa de plata
para que un día puedas colmar la sed ardiente,
la sed que con su fuego más que la muerte mata.
Mas debes abrevarte tan sólo en una fuente,
No voy a decirte en palabras
lo que es costumbre en estas ocasiones:
Tendida tú aquí, en la penumbra del cuarto,
como el silencio que queda después del amor,
yo asciendo levemente desde el fondo de mi reposo
hasta tus bordes, tenues, apagados, que dulces existen.
Y con mi mano repaso las lindes delicadas de tu vivir retraído.