Una biblioteca de audiolibros y poesía
La ternura es una mano que se extiende en el vacío
donde a veces nos hundimos por aquello de vivir,
convirtiendo en mariposas, la rutina y el hastío
y sembrándonos de rosas, los caminos a seguir.
Quienquiera que seas, sospecho con temor que caminas por los senderos de los sueños,
Temo que estas realidades ilusorias se desvanezcan bajo tus pies y entre tus manos,
aquí,
escuchando a Tchaikovsky
en la radio.
por Dios, lo escuché 47 años atrás
cuando era un escritor muerto de hambre,
y aquí está
otra vez
y ahora soy un éxito menor como
escritor
y la muerte se pasea
por todos lados
Quítame el pan si quieres,
quítame el aire, pero
no me quites tu risa.
No me quites la rosa,
la lanza que desgranas,
el agua que de pronto
estalla en tu alegría,
la repentina ola
de planta que te nace.
Bella,
como en la piedra fresca
del manantial, el agua
abre un ancho relámpago de espuma,
así es la sonrisa en tu rostro,
bella.
Cazador alto y tan bello
como en la tierra no hay dos,
se fue de caza una tarde
por los montes del Señor.
Seguro llevaba el paso,
listo el plomo, el corazón
repicando, la cabeza
erguida y dulce la voz.
(Mariana Pineda, 1927)
En la corrida más grande
que se vio en Ronda la vieja.
Cinco toros de azabache,
con divisa verde y negra.
Yo pensaba siempre en ti;
yo pensaba: si estuviera
conmigo mi triste amiga,
mi Marianita Pineda.
1
—¿Si soy casada? Sí. Esto quiere decir
que se levantó un acta en alguna oficina
y se volvió amarilla con el tiempo
y que hubo ceremonia en una iglesia
con padrinos y todo. Y el banquete
y la semana entera en Acapulco.
Un día, en un restaurante, fuera del espacio y del tiempo,
me sirvieron el amor como callos fríos.
Delicadamente dije al encargado de la cocina
que los prefería calientes,
que los callos (y eran a la manera de Oporto) nunca se comen fríos.
una vez
a los 14 años
los creadores me dieron
mi único atisbo de
esperanza.
a mi padre no le gustaban
los libros y
a mi madre no le gustaban
los libros (porque a mi padre
no le gustaban los libros).
sobre todo los que traía
Mi padre
era un hombre ciertamente asombroso
creía ser
rico
aunque vivíamos de frijoles y gachas y naderías
cuando nos sentábamos a comer, él decía,
'no todo el mundo puede comer así'.
teníamos peces dorados y no paraban de dar vueltas
en la pecera sobre la mesa, cerca de las pesadas cortinas
que cubrían el ventanal y
mi madre, siempre sonriente, deseando que todos nosotros
fuésemos felices, me decía, ¡Sé feliz Henry!