Una biblioteca de audiolibros y poesía
Y, desgraciadamente,
el dolor crece en el mundo a cada rato,
crece a treinta minutos por segundo, paso a paso,
y la naturaleza del dolor, es el dolor dos veces
y la condición del martirio, carnívora, voraz,
es el dolor dos veces
De profesión: fantasma.
Era alto y delgado no tenía ojos,
para lo que hay que ver, decía.
Venía a visitarme con frecuencia,
nunca pude saber qué fue de vivo,
a veces me parecía hombre y a veces mujer.
Cantar cantaba.
Nunca se estaba quieto,
Es un surco de verdura donde canta un río
prendiendo entre risas jirones de plata
por las yerbas; donde el sol alumbra desde
la altiva montaña: es una vaguada que hierve de fulgor.
Sombra, triste compañera
inútil, dócil y muda,
que me sigues dondequiera
pertinaz como la duda.
Amiga que no se advierte,
compañera que se olvida,
afirmación de la vida
que hace pensar en la muerte.
Una noche
una noche toda llena de perfumes, de murmullos y de música de älas,
Una noche
en que ardían en la sombra nupcial y húmeda, las luciérnagas fantásticas,
a mi lado, lentamente, contra mí ceñida, toda,
muda y pálida
Cuántas veces, amor, te amé sin verte y tal vez sin recuerdo,
sin reconocer tu mirada, sin mirarte, centaura,
en regiones contrarias, en un mediodía quemante:
eras sólo el aroma de los cereales que amo.
Hace tantos años, tantos años
que imposible es el contar,
que de dos reyes nació un día
una niña divinal.
Era linda, linda como
si no fuese de verdad;
era hermosa como un sueño
que de hermoso hace llorar.
No es que muera de amor, muero de ti.
Muero de ti, amor, de amor de ti,
de urgencia mía de mi piel de ti,
de mi alma, de ti y de mi boca
y del insoportable que yo soy sin ti.
He mirado la Pampa
desde el traspatio de una casa de Buenos Aires.
Cuando entré no la vi.
Estaba acurrucada
en lo profundo de una brusca guitarra.
Sólo se desmelenó
al entreverar la diestra las cuerdas.
Para vivir no quiero
islas, palacios, torres.
¡Qué alegría más alta:
vivir en los pronombres!
De fierro,
de encorvados tirantes de enorme fierro tienen que ser la noche,
para que no la revienten y la desfonden
las muchas cosas que mis aborrotados ojos han visto,
las duras cosas que insoportablemente la pueblan.