Muchos libros, muchas voces y un poco más.
Hay un reguero dulce y encendido
de sol sobre los álamos dorados.
Y, a lo lejos, los montes ya nevados
encalman el paisaje atardecido.
Aquí he llegado
para imponerme el conocimiento de la eternidad,
para ver rodar mi cabeza
tiempo abajo,
arena abajo,
alucinación abajo,
hacia el metálico redoble de los truenos
que confunden las montañas
en negros ámbitos azules.
«Borradle. Labraremos la paz, la paz, la paz,
a fuerza de caricias, a puñetazos puros...»
Blas de Otero
El amor sube por la sangre. Quema
la ortiga del recuerdo y reconquista
el ancho campo abierto, la ceniza
fundadora, que la brasa sostiene.
Sé que soy dos veces tonto,
por amar, y por decirlo
en poesía quejumbrosa.
Pero ¿dónde está ese sabio, que no podría ser yo,
si ella no me rehusara?
Así, como las vías interiores, tortuosas,
purgan el agua del mar de la corrosiva sal,
Le apuntarán con rifles a la región del saco
el saco ha de dejarles perforar la camisa
la camisa de cándida permitirá que lleguen hasta el pecho
el pecho heroicamente sabrá ahí mismo convertirse en rosa
la rosa echará pétalos por los cuatro costados de la sangre
Ya brotan del sol naciente
los primeros resplandores,
dorando las altas cimas
de los encumbrados montes.
Las neblinas de los valles
hacia las alturas corren,
y de las rocas se cuelgan
o en las cañadas se esconden.
En ascuas de oro convierten
Si fueras una ola, serías mi juego favorito.
Si me quisieras siempre, serías la plenitud.
Si fueras una manera de hablar, serías el diálogo.
Si lloraras inquieta, te buscaría y no te encontraría.
Si fueras una puesta de sol, serías la más bella de todas.
Defenderé tu rostro
y tu nombre
de los años que se amontonan
como piedras rotas.
Defenderé tu voz,
tus palabras,
de estos largos silencios
que pesan
sobre mis labios.
Defenderé tu luz
de esta sombra!