Muchos libros, muchas voces y un poco más.
Estanques de pintura en La Plazuela,
la brocha decidida en el barranco.
El mediodía caldeado transparece.
Qué espesa luz, qué inmensa brocha arrasa,
chorrea por la calle Muro, anega
la gran barca de piedra anclada, lisa,
de la Plaza Cairasco las raíces,
¡Qué hermoso nacer para esto que nacemos!
Para entregarle cada día al sol nuestros cuerpos,
y los cabellos al mensaje que la lluvia les trae;
para escuchar alternativamente a la esperanza y los pájaros.
Es un joven desgraciado
como una rosa marchita,
frescura y color le quita
el sol que la ha marchitado.
Apenas la sombra queda
de la forma que perdió:
Ya el olor se disipó,
no hay quién volvérselo pueda.
Dánae teje el tiempo dorado por el Nilo
envolviendo los labios que pasaban
entre labios y vuelos desligados.
La mano o el labio o el pájaro nevaban.
Era el círculo en nieve que se abría.
Mano era sin sangre la seda que borraba
Silencio sobre el mundo. Va espesando sus alas
la grave mansedumbre del corazón que escucha.
Pesa sobre los muertos, como un cielo caído,
todo el latir del tiempo sobre la tierra única.
... Entra la noche como un trueno
por los rompientes de la vida,
recorre salas de hospitales,
habitaciones de prostíbulos,
templos, alcobas, celdas, chozas,
y en los rincones de la boca
entra también la noche.
Abro tu carta y reconozco ufano
Tu letra fácil, tu dicción hermosa;
Tú la trazaste con tu propia mano
Pues el papel trasciende a tuberosa.