Una biblioteca de audiolibros y poesía
Hacia el jardín el mundo de nuevo asciende,
potentes machos, hijas, hijos, presagiando
el amor, la vida de sus cuerpos, pensamiento y esencia.
curioso contemplo allí mi resurrección luego del sueño,
girando de nuevo en el límpido espacio,
¿Con Horacio? — Ya sé que en la vejiga
tienes ahora un nido de palomas
y tu motocicleta de cristales
vuela sin hacer ruido por el cielo.
Quisiera una mujer de sangre y plata.
Cualquier mujer. Una mujer cualquiera,
cuando en las noches de la primavera
se oye a lo lejos una serenata.
Si vinieras cuando llegue el otoño
me pondría a cepillar el verano,
mitad con un mohín y una sonrisa
como mujer que hace una fruslería.
Te amo...
te amo de una manera inexplicable,
de una forma inconfesable,
de un modo contradictorio.
Te amo...
con mis estados de ánimo que son muchos,
y cambian de humor continuamente.
por lo que ya sabes,
el tiempo, la vida, la muerte.
Cuál es cuál, cuál es el cómo?
Quién sabe cómo conducirse?
Qué naturales son los peces!
Nunca parecen inoportunos.
Están en el mar invitados
y se visten correctamente
sin una escama de menos,
condecorados por el agua.
¿Qué signo haces, oh Cisne, con tu encorvado cuello
al paso de los tristes y errantes soñadores?
¿Por qué tan silencioso de ser blanco y ser bello,
tiránico a las aguas e impasible a las flores?
¿En perseguirme, mundo, qué interesas?
¿En qué te ofendo, cuando sólo intento
poner bellezas en mi entendimiento
y no mi entendimiento en las bellezas?
Regalaron a los niños
un cachorro de seis días.
El perrito casi no andaba ni veía.
Le criaron con biberón
y puré de salchichas,
pero no lo acariciaban,
le estrujaban,
le estrujaban. ¡qué paliza!
El perro a los niños
He almorzado solo ahora, y no he tenido
madre, ni súplica, ni sírvete, ni agua,
ni padre que, en el facundo ofertorio
de los choclos, pregunte para su tardanza
de imagen, por los broches mayores del sonido.
¿Qué tienes que contar, reloj molesto,
en un soplo de vida desdichada
que se pasa tan presto;
en un camino que es una jornada,
breve y estrecha, de este al otro polo,
siendo jornada que es un paso solo?
Que, si son mis trabajos y mis penas,
Cuando Don Juan descendió hacia la onda subterránea
y hubo dado su óbolo a Caronte,
un sombrío mendigo, la mirada fiera como Antístenes,
con brazo vengativo y fuerte empuñó cada remo.