
Muchos libros, muchas voces y un poco más.
Ramo del corazón, el que se hace
sólo una vez. El que se da, sin verlo.
No sería bastante todo el abril del mundo
para hacerlo de nuevo.
Soñabas con estrellas aladas,
con flores que miman a flores
en los labios del infinito,
con fuentes de luz que se abren,
con eclosiones simétricas,
con sedas que respiran,
con ciencias serenas,
lejos de las casas de los mil dardos
Algún día por esta calle
de Santa Clara, en la paz
de un atardecer de oro,
pasará un hombre perdido
hacia un afán inconcreto.
Habrá esta luz trasparente,
celeste, pura, sin fin.
Lo empiezas a saber,
tu amor va enseñando sus sales de baño, sus fiestas de guardar, sus cenas sin nadie;
a veces, el esqueleto de tu ángel de la guarda
baila en tus ojos,
ciertas avecillas silvestres amanecen temblando en tus manos,
Ya todo preparado,
suspendidas las lágrimas de aquel párpado antiguo
todo deshabitado para el tacto que estrena
la raíz poderosa de su hermosura fácil
-oh, terciopelos muertos de rubor en la espalda!-
la pared y la acacia,
De pronto el viento que movía
las vestiduras y las almas
borra en un sueño de ala inmóvil
su rumorosa torre de alas.
Cada mujer y cada hombre
sólo en su sola huella marcha,
y se ignoran secretamente
en el desnudo de la plaza.
Advierto con profunda perplejidad
que el hermoso guijarro que abandono en el aire
se precipita recto hacia la tierra.
Tal vez para una hormiga que fuera en el guijarro
seria más bien la tierra lo que cae,
verde planeta que se precipita.
Ojos terribles y puros
que me lanzáis el reproche,
ojos que sois cual la noche,
que sois cual la noche obscuros,
ojos que miráis seguros
luz derramando en derroche;
plegando los párpados, broche
de esos radiantes luceros,
Este amor que se va, que se me pierde,
esta oscura certeza de vacío:
mi corazón, mi corazón ya es mío
sin nada que le implore ni recuerde.