Muchos libros, muchas voces y un poco más.
¿Qué voz nueva, inesperada,
dirá lo que aún no me dije,
y está en mí, sin mí, diciendo
lo que, al callarse, desdice?
¿Por qué inmolarse en palabra
muda, y émula de altura,
que cuando enmudece niega
lo antedicho sólo al cielo?
La tarde abandonada gime deshecha en lluvia.
Del cielo caen recuerdos y entran por la ventana.
Duros suspiros rotos, quimeras lastimadas.
Lentamente va viniendo tu cuerpo.
Llegan tus manos en su órbita
de aguardiente de caña;
Olvidé la palabra que quería decir.
Al palacio de las sombras va a volver la golondrina ciega,
En sus cortadas alas, para jugar con las transparentes.
La nocturna canción se canta en el desmayo.
No se oyen los pájaros. Las siemprevivas no florecen.
El que todo lo ama con las manos
despierta la caricia de las cítaras,
siente el silencio y su pesada carne
fluyendo como ungüento entre los dedos,
lame la lenta lengua de sus manos
el hueso de la tarde y sus sortijas
se enredan en el ave adormecida
Para René Char
A la cadena atada
entre oro y olvido:
la noche.
Ambos quisieron prenderla.
Ambos consintió en su hacer.
He decidido marcharme para siempre.
Amén.
Volveré mañana
porque soy viejo
y tengo los pies muy resentidos
e hinchados por la gota.
Pero volveré a marcharme pasado mañana,
rejuvenecido por el asco.
Para siempre jamás. Amén.