Muchos libros, muchas voces y un poco más.
Vuelvo a la habitación donde estoy solo
cada noche, almacén de los días
caídos ya en su espejo naufragable.
Allí, entre testimonios maniatados,
yace inmóvil mi vida: sus papeles
de tornadizo sueño. La madera,
el temblor de la lámpara, el cristal
Con ojos que te sieguen huidiza,
soy el azor de tus benditos senos:
palomas que arrullando inflan el buche,
vasos que crecen a un divino fuego.
Perdida en un café de esta ciudad de niebla
y de soslayo, oyendo una música vieja que no sé dónde
oí, respondo a esa canción, a ese olvidado
lugar, que no envolvieron, respondo, no,
que no envolvieron las sombras a la vida. Más diré
Cuando yo me haya ido
—qué triste que me vaya—
de esta madera mía
que me hagan una guitarra.
Cuando termine la muerte,
si dicen: “¡A levantarse!”,
a mí que no me despierten.
Soy hija de Benito Mussolini
y de alguna actriz de los años 40
que cantaba la 'Giovinezza'.
Hiroshima encendió el cielo
el día de mi nacimiento y a mi cuna
llegaron, Hados implacables,
un hombre con muchas páginas acariciadas
I
Todos tenemos una partícula de odio
un leve filamento dorando azul el día
en un oscuro lecho de magnolias.
II