Muchos libros, muchas voces y un poco más.
Has llegado a mi vida
sin avisar, sin llamar a la puerta,
con tus botas gastadas,
con tu sonrisa herida,
y has derribado de un soplo
la muralla de tinta y de papel
que protegía mi mundo.
¡Era tan grata tanta soledad!
Seguramente estaba sola.
Llevaba los ojos muy cercados de negro.
Era mayor, vieja, con ropas gastadas.
Por la noche -más aún en invierno-
se acercaba a los jardines del convento o del parque
con su bolsa de plástico
llena de despojos para gatos.