Muchos libros, muchas voces y un poco más.
De pronto el viento que movía
las vestiduras y las almas
borra en un sueño de ala inmóvil
su rumorosa torre de alas.
Cada mujer y cada hombre
sólo en su sola huella marcha,
y se ignoran secretamente
en el desnudo de la plaza.
Advierto con profunda perplejidad
que el hermoso guijarro que abandono en el aire
se precipita recto hacia la tierra.
Tal vez para una hormiga que fuera en el guijarro
seria más bien la tierra lo que cae,
verde planeta que se precipita.
Ojos terribles y puros
que me lanzáis el reproche,
ojos que sois cual la noche,
que sois cual la noche obscuros,
ojos que miráis seguros
luz derramando en derroche;
plegando los párpados, broche
de esos radiantes luceros,
Este amor que se va, que se me pierde,
esta oscura certeza de vacío:
mi corazón, mi corazón ya es mío
sin nada que le implore ni recuerde.
-Piel, cabello, ternura, olor, palabras-
mi amor te va tocando.
Voy descubriendo a diario, convenciéndome
de que estás junto a mí, de que es posible
y cierto; que no eres,
ya, la felicidad imaginada,
sino la dicha permanente,
Vuelvo a la habitación donde estoy solo
cada noche, almacén de los días
caídos ya en su espejo naufragable.
Allí, entre testimonios maniatados,
yace inmóvil mi vida: sus papeles
de tornadizo sueño. La madera,
el temblor de la lámpara, el cristal
Con ojos que te sieguen huidiza,
soy el azor de tus benditos senos:
palomas que arrullando inflan el buche,
vasos que crecen a un divino fuego.
Perdida en un café de esta ciudad de niebla
y de soslayo, oyendo una música vieja que no sé dónde
oí, respondo a esa canción, a ese olvidado
lugar, que no envolvieron, respondo, no,
que no envolvieron las sombras a la vida. Más diré
Cuando yo me haya ido
—qué triste que me vaya—
de esta madera mía
que me hagan una guitarra.
Cuando termine la muerte,
si dicen: “¡A levantarse!”,
a mí que no me despierten.
Soy hija de Benito Mussolini
y de alguna actriz de los años 40
que cantaba la 'Giovinezza'.
Hiroshima encendió el cielo
el día de mi nacimiento y a mi cuna
llegaron, Hados implacables,
un hombre con muchas páginas acariciadas